Como Antes... Otra Vez
- Eduardo Brockman
- 1 may 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 may 2022

Que difícil…
que difícil es asimilar que la tristeza te abraza.
Es una sensación de pinceladas surrealistas, pues siempre está con nosotros, solo que con una mordaza momentánea que nosotros mismos le colocamos.
Es un tanto fuerte tratar de describir lo inefable pero que todos sabemos perfectamente lo que es y cómo se siente. Es un sentimiento colectivo, una plaga, un elemento que para nuestra suerte es inherente.
“Dios dame fuerzas
que ya me voy a rendir.
Dios dame fuerzas
que siento que yo ya perdí.
Y no, no, no.
Yo no sé para dónde voy”
¿Qué hace un hombre cuando está triste?
¿A dónde se dirige para apelar apoyo y consuelo?
Debo confesar que, la mayoría de los hombres nos callamos los dolores, porque la sociedad misma nos ha mal enseñado que tenemos que hacerlo, porque somos sinónimos de fuerza y soporte. Pero al mismo tiempo me percato que la frase “Venimos solos, nos vamos solos” se torna meramente verdadera, pues es en este momento cuando queremos a todos a nuestro alrededor pero al mismo tiempo queremos estar solos, porque pensamos que no los merecemos o simplemente no queremos permitirles el vernos derrotados.
“Quiero que todo fuera mentira
y de chingazo despertar”
Vivimos en una dicotomía patológica, todos, no hay nadie que se salve de estas sombras.
Quemarnos por dentro con alaridos desesperados y compactándonos poco a poco. Mientras que en nuestro exterior, nos esforzamos por mostrar nuestro mejor gesto, gastando energías que no tenemos, actuando escenas de “La Vida Feliz”, la obra ficticia que todos idealizamos.
Siento que me separo de mi cuerpo,
que floto en el océano de la nada,
en el limbo de la vida,
en el mar de mis lágrimas.
(Lágrimas reprimidas).
A veces… es mejor estar solo.
A veces… es mejor no estar.
Ya no sé qué decir, solo estoy inmóvil, pensando en nada y escuchando trovas, mientras me hundo en esta alberca de sentimientos antónimos a mi felicidad.
Estaré bien.
Brockman siempre resuelve.
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