El Ente de Humo
- Eduardo Brockman
- 27 jul 2021
- 2 Min. de lectura

Cae la noche en el poblado,
las puertas cierran,
las luces prenden
y el viento se torna helado.
Chozas iluminadas como la mañana,
caminos sucios como pocilga,
silencio que retumba,
se oye comer a las arañas.
En este pueblo no existe ya el sol,
no existe ya la luna,
solo quedan los vestigios
de lo que fue saber, sin preguntar, hora alguna.
Pasos fuertes a lo lejos,
el crujir de huesos resuena,
una luz que ciega,
es de nuevo el viejo.
Vendados,
todos no observan,
encerrados en sus mañanas falsas
con sus voces amordazadas.
El ente camina a paso lento
dejando un rastro de carbón,
lleva consigo un globo,
lleva con él... un sol.
Ventanas cierran,
puertas enllavan,
los nativos callan,
pues horror sienten al ver al hombre de figura quemada.
El ente avanza
en busca de algo,
al cementerio alcanza
arriba de un peñasco.
Por fin, concluyó su camino
y de sus fauces humeantes un grito explotó
alzando su estrella
al pueblo exhortó:
Pobres almas perdidas.
Mis almas aprisionadas,
no teman en abrir los ojos
y verme a la cara.
Pobres almas perdidas.
Mis almas aprisionadas,
no teman en ser...
pues recuerden que pronto van a fallecer.
Mis almas agonizantes,
recuerden que soy la oscuridad
y a todos los voy a devorar.
Y disfruto más aquellas almas que
nunca supieron qué son,
porque viven como ustedes:
cegadas, con miedo
sin… ra-zón.
Hoy no vengo por ustedes,
observen dónde estoy...
pues enseñanza de vida,
hoy les doy.
Estoy frente a lo que en su vida fue mi cuerpo,
encorvado, reprimido y cegado.
Sin ser lo que.... ¿En qué se suponía que debía ser?
¿tengo que ser o simplemente dejar de ser?
pero… ¡¿ser qué?!
Morí, siendo lo que no era,
siendo nada,
siendo sin ser.
¡Como todos ustedes!
Ahora soy lo que soy: un ente sin cuerpo...
pero con mi estrella,
con mi propio sol,
que ilumina todo lo que el ojo no ve
y que deslumbra toda oscuridad que apaña.
Almas mías,
mirar arriba, si es que no han perdido el sentido de orientación.
Mirenme, pues mi sol
será ahora su sol.
Observen lo que no ven,
aprendan,
acepten
y sean lo que verdaderamente son.
Puertas y ventanas se abrieron
con mucha desconcertación,
nativos salieron de sus chozas
viendo al hombre de humo,
escuchando lo que salía de sus fosas.
En aquel pueblo antiguo y abandonado
se vieron por primera vez un par de pupilas,
luego otros pares más,
ojos abiertos por todos lados.
Al unísono
se escuchó la interrogante “¿qué soy?”
y cada nativo descubrió que
cada uno en particular, era su propio sol.
El ente,
el hombre de humo con un sol a su lado,
desapareció
en donde sus restos yacían
y el sol se elevó al cielo, iluminando el mundo, despertando a la luna.
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